La melodía del crimen (Doc Savage) by Kenneth Robeson

La melodía del crimen (Doc Savage) by Kenneth Robeson

autor:Kenneth Robeson [Robeson, Kenneth]
La lengua: spa
Format: epub
publicado: 2009-12-01T22:00:00+00:00


Las hábiles manos de Doc estaban ya aflojando los lazos automáticos que rodeaban su cuello.

-Nadie ha logrado todavía hacer eso-murmuró la muchacha-. Empezaba a perder toda esperanza. Ahora estoy segura de no haber cometido un error al ponerme en contracto con usted.

Y sus ojos expresivos dijeron muchas más cosas aun que el hombre de bronce hizo como que no las veía. Lanta era una de las mujeres más bonitas que había visto y sin pecar de presumido, podía confesarse que había hecho una profunda impresión sobre su ánimo.

Aparentemente, Caulkins y Cassalano no habían visto que Doc estaba libre.

El mineralogista habló, traicionando la tensión de sus nervios.

-¡Por el amor de Dios, Savage!-suplicó-. Usted tiene la reputación de ser más ingenioso que nadie. ¿No podemos escapar de esta situación? No puedo aguantar esto mucho más tiempo. Sufro horriblemente.

Caulkins habló, aunque con más sangre fría que su colega:

-Sí, Savage-dijo-. Si algo puede hacerse, creo que ha llegado la hora... Tengo el presentimiento que ese Zoro ha jugado con nosotros. Tal vez desee únicamente retenernos como rehenes en cualquier diabólica empresa suya, para evitar que las autoridades destruyan el buque.

-No dudo que haya acertado usted en parte-contestó Doc-. Pronto vamos a vernos libres de esas chaquetas: pero creo que deberíamos esperar una buena oportunidad para atacarles por sorpresa.

Lanta se puso de pie y los hombres que seguían atados dejaron oír varios murmul os.

-¡Es guapa de veras!-hizo observar Ham que era admirador de la belleza femenina...

Doc estaba aflojando la chaqueta que aprisionaba a Monk. El químico lanzó una exclamación de disgusto:

-¡Claro que es guapa¡ Todos podemos verlo.

Y Monk siguió contemplando a la esbelta y hermosísima muchacha, dándose vagamente cuenta que no era una mujer vulgar. Zoro les participó que era una princesa y parecía haber dicho la verdad.

Lanta poseía una tranquila dignidad y erguía la cabeza regiamente.

Caulkins alabó la destreza de Doc cuando éste le aflojó la chaqueta. El hombre de bronce abrió la que aprisionaba a Cassalano cuyo cuello parecía pegado a la garganta del mineralogista. De pronto, Cassalano lanzó un grito de dolor. Se oían pasos en la cubierta y Doc le cerró la boca con la mano, sin hablar.

La única bombilla se apagó. Cassalano tragó saliva y tartamudeó, Caulkins lanzó un juramento.

-¿Qué intentas hacer?-dijo secamente.

Doc apartó la mano y Cassalano dijo, confuso.

-Este artefacto me ha pinchado el cuello. Lo siento...

Doc Savage se había levantado. Rebuscó en sus bolsillos, descubriendo que todavía llevaba algunas cápsulas de gas. Encontró también un par de pequeñísimas granadas explosivas. Tendrían el tamaño de píldoras y llevaban pequeñas palancas.

A pesar de ser pequeñas, una de ellas bastaba para hacer saltar un costado entero del barco. Doc cogió una granada-entre el pulgar y el índice.

-Que nadie se mueva-recomendó-. Tal vez hayan apagado la luz por algún motivo.

No creo que hayan oído el grito. Nos encontramos en el Río Columbia. El buque remonta a lo largo de la ribera derecha, del lado del Estado de Washington.

El hombre de bronce no había mirado siquiera por la portañola.



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